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Policías resisten lluvias y violencia para acompañar a los más golpeados en Tibú

  • Rosa Hernández
  • 25 abr
  • 2 Min. de lectura

En medio de inundaciones y abandono estatal, uniformados se convierten en rescatistas, cargadores y apoyo emocional para cientos de familias afectadas en el Catatumbo


En el corazón del Catatumbo, donde la lluvia no da tregua y la violencia histórica aún deja marcas profundas, la Policía no patrulla en camionetas ni en motos. Lo hace a pie, con botas llenas de barro, linternas al cuello y mochilas improvisadas llenas de alimentos. La misión es una sola: no dejar sola a la gente.



La temporada de lluvias ha desbordado ríos, inundado calles y dejado a cientos de familias damnificadas en zonas rurales y urbanas de Tibú. Las vías desaparecieron bajo el agua y los caminos se convirtieron en corrientes inestables. En medio de esa devastación, los patrulleros decidieron que no podían quedarse en la estación viendo cómo la emergencia se lo llevaba todo.




Entre la lluvia y el miedo: patrullaje comunitario en el Catatumbo


La situación en Tibú es crítica. Según los reportes de la Unidad de Gestión del Riesgo, al menos 400 familias han resultado afectadas en los últimos días por las fuertes precipitaciones. Las comunidades más golpeadas son las que ya venían soportando el peso del abandono estatal, los cultivos ilícitos, el desplazamiento forzado y la presencia activa de grupos armados ilegales.


A eso se suman las lluvias torrenciales que han provocado derrumbes, inundaciones y colapso de servicios básicos. Sin embargo, en medio del caos, han surgido historias de solidaridad que se abren paso entre el agua y el dolor.



Los patrulleros ahora cargan ancianos, rescatan niños con fiebre, ayudan a levantar pertenencias y reparten víveres casa por casa. En palabras de doña Carmen, una mujer de 70 años que fue evacuada junto a su nieto de cinco: “Dios me los mandó”. Y es que para muchas familias, los uniformados se han convertido en la única ayuda que ha llegado.

Un conflicto que no cesa y una emergencia que desborda


Tibú no es solo un municipio afectado por la lluvia. Es también uno de los territorios más golpeados por el conflicto armado, la minería ilegal y el narcotráfico. La presencia del ELN, disidencias de las FARC y bandas criminales hace que cualquier operación humanitaria esté cargada de riesgo. Aun así, los patrullajes no se detienen.


Los policías recorren veredas donde no entran ambulancias ni camiones. Lo hacen en medio de advertencias de minas antipersonal y con el temor latente de una emboscada. Pero insisten, porque como ellos mismos dicen “la comunidad no tiene la culpa de nada”.


El invierno no da tregua


Según el IDEAM, la temporada de lluvias se extenderá al menos hasta mediados de junio, con mayor intensidad en regiones como el Catatumbo. Las autoridades locales han solicitado ayuda urgente al Gobierno Nacional, pero la respuesta ha sido limitada. Los albergues están al tope y muchas familias siguen atrapadas en sus viviendas.

Mientras tanto, los patrulleros continúan con lo que tienen. Algunos usan botes de caucho, otros cargan a los afectados en la espalda. La situación no da espera.



En medio de tanta incertidumbre, lo que más destaca es la transformación del rol policial en Tibú. En este territorio, los agentes no se ven como una fuerza de represión, sino como aliados, vecinos, incluso familia.



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